Una
de las frases que más me irrita escuchar en las conversaciones casuales es:
"Cuando termine de estudiar voy a (inserte aquí una acción
cualquiera)". Y no es por una cuestión de forma, estilo o sintaxis, es
simplemente porque aún me sorprende la manera en la que seguimos
conceptualizando la educación y, sobre todo, la actualización profesional. El
análisis de una simple frase cobra relevancia debido a que hemos descubierto, a
largo de la historia de la humanidad, que el lenguaje tiene un papel
preponderante en cómo le damos forma a nuestros pensamientos, a nuestras
acciones y, por ende, a las sociedades que vamos construyendo de manera
conjunta.
La
trayectoria educativa y profesional de un individuo no finaliza al terminar su
carrera, ya que desempeñar una profesión requiere de un compromiso permanente y
constante de actualización. Esta actualización no necesariamente tiene que ser
teórica o académica y aunque es altamente deseable que los profesionales de las
diferentes disciplinas y ramas se especialicen, es una realidad que en México
no todas las personas tienen los recursos necesarios para costear un nivel de
posgrado o algún tipo de especialización. Aunado a esto, también es una
realidad a nivel estadístico que los profesionales en México que adquieren Posgrado terminan siendo subempleados con un salario que no
es equiparable a su formación profesional.
El primer paso que podríamos dar, y lo digo a manera de propuesta tratando de superar el inherente ímpetu humano de criticar sin proponer, es admitir que ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en qué es exactamente lo que hacemos y que, aunque eso no es para nada necesario, nos daría excusa alguna para reunirnos fuera de los ambientes controlados de las universidades y los consultorios privados. Mi primera propuesta es dejar el miedo de lado y salir a las calles, conocer el entorno que nos rodea y percatarnos de qué es lo que podemos hacer para mejorarlo (o por lo menos no empeorarlo); reunirnos para crear comunidad, compartir experiencias, conocernos y reconocernos, pues a pesar de que somos una ciencia social y humana, aún nos hace falta como colectivo mucha humanidad y socialización.
Este
panorama no es muy diferente en la Psicología, que ha tenido que abrirse un
camino propio mientras se debate entre dos raíces que parecieran bifurcarse de
manera paralela, para ya no volver a tocarse, pero que tienen más en común de
lo que entre ellas quieren admitir: La Medicina y la Filosofía. Aunada a esta
ancestral confusión de identidad y roles, los profesionales de la Psicología
tienen que luchar día con día con los estigmas que todavía persisten alrededor
de la práctica psicológica en todos los ámbitos de acción en los que se
desarrollan. Sin embargo, a mí me gustaría cuestionarles a mis colegas (y de
paso cuestionarme a mí misma): ¿Qué estamos haciendo los psicólogos y las
psicólogas para cambiar esto?
El primer paso que podríamos dar, y lo digo a manera de propuesta tratando de superar el inherente ímpetu humano de criticar sin proponer, es admitir que ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en qué es exactamente lo que hacemos y que, aunque eso no es para nada necesario, nos daría excusa alguna para reunirnos fuera de los ambientes controlados de las universidades y los consultorios privados. Mi primera propuesta es dejar el miedo de lado y salir a las calles, conocer el entorno que nos rodea y percatarnos de qué es lo que podemos hacer para mejorarlo (o por lo menos no empeorarlo); reunirnos para crear comunidad, compartir experiencias, conocernos y reconocernos, pues a pesar de que somos una ciencia social y humana, aún nos hace falta como colectivo mucha humanidad y socialización.
Y tú
que estás leyendo esto podrías pensar: ¿Qué tipo de propuesta es esa? Mi
respuesta sería: la más urgente. Los profesionales de la psicología estamos
creando un aura de misterio y misticismo alrededor de nuestra propia práctica
que nos está desfavoreciendo, alejando a las personas que realmente necesitan
de nuestros servicios y manteniendo con nuestras conductas el status quo de una
sociedad que poco a poco se está viniendo abajo y que necesita de nosotros, de
nuestro pronunciamiento en situaciones críticas como la violencia o el
suicidio, situaciones en las que el gremio psicológico ha permanecido
convenientemente en silencio.
El
pasado 20 de Mayo se conmemoró el "Día del Psicólogo(a)", una
celebración que pasa desapercibida como muchas veces pasa desapercibido nuestro
rol; y eso no es algo azaroso ni tampoco tiene que ver con que sea opacado por
el Día del Maestro, sino que tiene más que ver con la poca injerencia que el
gremio psicológico ha tenido en los cambios sociales y lo poco que se ha
logrado incluso dentro de la misma profesión. Es imperante que los propios
profesionales de la Psicología empecemos a mirar más allá de lo que nos han
dicho que hace un psicólogo y empecemos a involucrarnos verdaderamente para
facilitar el bienestar del otro, no sólo aquel otro que puede pagar por nuestro
servicios. Conozco muy pocos colegas que dan psicoterapia en lengua maya o que
ofertan talleres escolares adecuados a los niños y jóvenes con N.E.E o con
discapacidad, existen pocos psicólogos y psicólogas que dan acompañamiento con
perspectiva de género o que están sensibilizados
para atender las necesidades de la comunidad LGBTTTI+, por mencionar algunas
poblaciones vulnerables.
Aún
nos falta mucho camino por recorrer, empecemos por cuestionarnos qué estamos
haciendo en nuestro entorno más inmediato y organicémonos para crear comunidad.
Te sorprenderás de lo que puedes encontrar más allá de las murallas del celo
profesional.
Psic. Carmita Díaz López
Psicóloga Escolar y Psicoterapeuta
Contacto: 9991-11-94-03
"Trascender". Centro de Atención Psicológica Integral