viernes, 8 de septiembre de 2023

Cartas anticipadas para mi muerte II

Tú eliges el lugar de la herida

en donde hablamos nuestro silencio

-Alejandra Pizarnik, 1990

 Carta a nuestros silencios

Es de esperar que le temamos tanto a los silencios cuando están impregnados de experiencias que pudieran traernos tensión en nuestras relaciones: el espacio que deja el amigo que desde hace tiempo no vemos, el mensaje que nos quedamos esperando pero que nunca llegó, la incomodidad de una visita que no se va pero que aguantamos para que no se ofenda, las palabras atoradas que no alcanzan al otro...

Creo que hay muchos tipos de silencios, pero de entre todos, quisiera destacar aquel que tiene una doble característica, el que nos hace frenar las palabras para cuidar del otro.

Mucha gente quiere platicar, hablar, contar sus cosas… Vivimos en una tiranía de la palabra que impide que entre tanto ruido podamos escucharnos, sostenernos e implicarnos; pienso que el silencio tiene la bondad de abrir un espacio al otro… un espacio en donde pueda compartir sus experiencias desde el amplio espectro que la humanidad nos aporta. Guardar silencio implica más que solo callarse, implica una atención plena hacia lo que la otra persona nos comparte; es estar afuera sin dejar de estar hacia adentro.

Justo por esta última línea que escribí es que pienso que el tema del silencio nos resulta más difícil como colectivo, a muchas y muchos nos entrenan en un mundo en donde “quien tiene la última palabra” ya lo dijo todo o donde las palabras ocupan un espacio importante entre nuestras relaciones; es decir, por alguna razón nos mantenemos más tiempo hacia afuera sin revisar con detenimiento cómo nos impacta (e implica) lo que el otro nos cuenta.

Creo que el riesgo de tomar estas enseñanzas o entrenamientos muy apegadamente es que nuestras palabras terminen desplazando u ocupando el espacio de la otra persona.

El sonido del silencio Lienzo Figura Óleo 

"The sound of silence" (Yury Fomichev, 2011)

En diferentes espacios me ha tocado coincidir con personas que tienen un discurso interno que suele ser avasallante con la otredad (yo mismo observo cómo también sostengo estos discursos), a tal grado que inclusive, restan espacio a lo que el otro pueda hacer o decir, se adelantan o hasta pasan por obvia la perspectiva de la otra persona. Creo que esto de la tiranía de la palabra nos ha empapado tanto que lo hemos internalizado: hay prácticas monológicas (de una sola voz) en lugar de dialógicas (de dos o más voces), ya no abrimos el diálogo porque sabemos (o creemos saber) lo que el otro ya tiene para compartirnos. Esto en conjugación nos ha traído una política contradictoria en nuestras relaciones humanas, donde por un lado hablamos más de lo que escuchamos y por el otro, ya no hablamos porque creemos saber lo que el otro nos va a decir o contar.

Soy fiel partidario de la protesta, de la lucha colectiva y de la subversión, es decir, de no quedarse calladas(os) cuando existen atentados a nuestra dignidad; claro que apoyo a aquella o aquél que toma la palabra para defenderse o defender a su pueblo. Lo que digo es que el silencio al interior de nuestras relaciones también puede ser subversivo, contestatario y revolucionario; porque en un mundo donde reina la tiranía de la palabra, abrir un espacio donde el otro pueda mostrarse, abre grietas en la hegemonía que nos impusieron.

Pienso que en el silencio nos creamos, nos construimos y nos reinventamos. Es gracias a ese espacio que nos podemos encontrar desde ese lugar en donde las palabras no pueden llegar a darle forma.

¿Acaso el silencio es otro lenguaje que dejamos de hablar? ¿Cuántos espacios hemos dejado de habitar cuando la palabra acumula e inunda? ¿Podemos co-habitar los silencios y las palabras sin quitarle la libertad al otro?

“…Continuemos juntos o separados,

Nuestra vida nunca volverá a ser la misma

Ya que nuestro encuentro nos habrá enriquecido”

-Carmen Vázquez Bandín, 2010

Carta a nuestras despedidas

Hablar de despedidas deja una sensación agridulce en la experiencia humana; en el consultorio suelen venir cargadas de una amplia gama de formas de transitarla: desde aquellas despedidas anticipadas-anunciadas hasta aquellas despedidas abruptas que nunca pensábamos que ocurrirían; he aquí el carácter sorpresa de la incertidumbre que acompaña nuestra existencia.

Centrarnos en las despedidas no es fácil, pero tampoco imposible. Poner palabras al sitio que las personas dejan en nuestra vida es una tarea (y un reto) que he asumido dado que esto para mí implica honrar este lugar.

Pienso que en el día a día nos toca desprendernos y despedirnos de muchas cosas y de personas; la despedida forma parte de esta cotidianidad a un grado tal que puede llegar a pasar desapercibido: nos despedimos de las personas pensando que en unas horas o días les volveremos a ver, o nos despedimos como una mera convención social porque nos dijeron que siempre hay que hacerlo. En cualquiera de los casos, los seres humanos asumimos ideas o hechos que hacen de la despedida algo que pasa por obvio; y como buen Gestaltista me siento invitado a explorar el tema.

La despedida abre paso a nuevos procesos o nuevos contactos con otras personas/hechos/proyectos/situaciones; gracias a la despedida tenemos la certeza de que algo se cerró o concluyó, aunque muchas veces no pongamos la mirada precisamente sobre este proceso. Lo curioso de este tema es que la despedida busca brindar un piso sólido en el mar de incertidumbre que la vida trae. 

Remedios Varo | La Despedida, 1958.

"La despedida" (Remedios Varo, 1958)

Es común que yo aliente a las personas que acuden a psicoterapia a una “sesión de cierre o despedida” cuando culminan sus procesos porque surge en mí una necesidad de decir adiós, de tener un diálogo que nos garantice que nuestra relación llegó a un punto de terminación (temporal o permanente y por las razones que ambos consideremos necesarias). Esto me invita a reflexionar sobre cómo las despedidas también se dan en nuestras relaciones humanas por fuera del consultorio.

Me agrada hablar de esto porque mi sentido de la dialéctica me dice que si hablamos de despedidas es porque previamente hubo un encuentro con otra persona. La despedida es un proceso que así como puede ser vivido como una pérdida, también es una ganancia para ambas partes: la ganancia de que este encuentro se generó, que nos habitó y nos transformó.

Creo que en la dialéctica encuentro-despedida hay una riqueza tal que aborda esa sensación agridulce que comenté al inicio. Despedirnos es un acto de amor al otro (abordo el tema del amor desde la óptica filosófica), es una forma de reiterar su libertad para construir relaciones humanas dentro y fuera de los cánones tradicionales o convenciones sociales… y dicho sea de paso, que el otro no es de nuestra propiedad. Es una forma de decir “Gracias por coincidir, ahora nos toca ir hacia diferentes direcciones”. Y quisiera hacer énfasis en que estas “diferentes direcciones” también tienen la marca o sello del encuentro, dado que el ser humano se enriquece de estos encuentros; nunca volvemos a ser los mismos después de una relación significativa.

¿Será que nuestros encuentros humanos ya tienen una carga de incertidumbre tal, que buscamos pequeños espacios de certeza? ¿Cómo nuestras despedidas son formas de dar la bienvenida a la novedad? ¿Podemos transitar la despedida con este lente de cultivar la libertad nuestra y de los otros?

Psic. Davy Aguilar
Contacto: 9992.19.89.51
Psicólogo y Terapeuta Gestalt

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