Hablar de violencia
requiere un sentido de un pensamiento
amplio, que englobe diversos elementos que se conjugan entre sí; también
requiere un momento para hacer una autoevaluación sobre la responsabilidad que
vamos teniendo en estos acontecimientos.
Estudié la licenciatura en Psicología y en los
últimos semestres inicié mis prácticas en una Unidad de Atención a víctimas,
desde ese momento pude ver y hacer más consciente el tema de la violencia y sus
múltiples facetas. No es fácil hablar de ella, en muchas ocasiones resulta
incómodo, pero como dice aquél dicho
popular, “no se puede tapar el sol con un dedo” y es un hecho que en la
actualidad, los índices en el País se han elevado.
La finalidad de
esta entrada es ofrecer una perspectiva que contribuya a la concientización de
la violencia misma, a través de experiencias e ideas.
Pero, ¿Qué es la violencia?
Para poder hablar sobre “algo”, es necesario
iniciar comprendiendo ese “algo”, aunque nos resulte complicado. Es por eso que presentamos algunas definiciones
de violencia:
Según la Organización Mundial de la Salud: Violencia es el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte.
Una primera idea de violencia, en un sentido
amplio, se refiere al daño ejercido sobre los seres humanos por parte de otros
seres humanos. (Jiménez, 2009)
La RAE, habla de
violencia cuando se da una acción de cualquier ente, que produce la ruptura de
la “armonía”.
Y así podría
abordarse este término por miles de autores que se han enfocado en investigar
dicho fenómeno desde hace algunas décadas.
¿Cómo surge la
violencia?
La UNESCO, así como
otras investigaciones, sugieren que la violencia es más cultural, es decir, que
“se aprende”. Que el ser humano no es
violento por naturaleza.
Considero que la
violencia es un problema social, un problema público, que está vinculado tanto
con los ciudadanos como con el mismo sistema, denominado Estado.
Hablar de la
responsabilidad que tiene el Estado, siempre es más fácil; ya que es una
realidad que las políticas públicas no han tenido un gran impacto en materia de
seguridad. Basta con revisar las estadísticas que día con día aparecen en los
distintos medios de comunicación.
Según las cifras
oficiales, la violencia y las muertes aumentaron en 2017 (70 asesinatos al
día), incluso superando al 2011(61 asesinatos), considerado el año más
mortífero como consecuencia de “La guerra contra el narco”. Entre otros delitos
como las violaciones, los robos, los secuestros, etc.
No puedo dejar de
leer esas notas, esos datos que van perdiendo sentido al ser números, pero que
siguen impactando de tal forma que no me imagino cómo se da marcha atrás a toda
esta ola de violencia, que parece no afectarnos.
Cuando escucho
sobre la violencia en el país, no puedo
evitar recordar casos sonados en los medios de comunicación como la matanza de
Tlatlaya, los crímenes de Atenco, las muertas de Juárez, los 43 desaparecidos
de Ayotzinapa, los múltiples feminicidios, la masacre de Tlatelolco, por
mencionar algunos. Pero tal pareciera ser que estos delitos han quedado impunes
y para algunas personas, también en el olvido.
También existen los
casos locales, los casos que se dan en el Estado más “seguro” del País. Los
delitos que no existen según los datos que proporciona el Sistema Nacional de
Seguridad Pública. Las voces de personas que incluso han sido víctimas del
mismo Sistema que presta servicios de protección y seguridad.
Recuerdos regresan
a mí de manera clara; me ubico en la unidad de atención a víctimas, recuerdo
ver cómo llegaban integrantes de familias destruidas porque la violencia se dio
en sus hogares; mujeres que amaban a sus hijos y por eso decidieron “cargar su
cruz”, quedarse y enfrentar los malos tratos con tal de que su familia
permanezca. Me decían que jamás se dieron cuenta de lo que vivían, nadie les
dijo que los insultos o jaloneos les dañaban más de lo que pensaban, jamás imaginaron que aquellos celos
sin fundamento fueran una bomba de tiempo. Creyeron que era normal, que era
amor. No pensaron que sus seres amados pudieran hacerles tanto daño.
Habían niñas que
fueron víctimas de Trata de personas, a quienes sus mismos padres les pusieron un
precio, chicas que aprendieron por experiencia que “el amor desinteresado no
existe”, jóvenes de 14 años que querían olvidar toda la violencia que vivieron
dentro de sus casas y fuera de ellas. Niñas que replican las conductas
violentas porque no aprendieron otra forma de comunicarse.
También pude ver
niños que no comprendían lo que ocurría a su alrededor, no entendían por qué a
su madre lloraba, por qué estaba llena
de heridas, por qué sus padres no les cuidaron; no comprendían bien, pero en
sus ojos yo veía tristeza, frustración y
miedo.
Aquél lugar estaba
lleno de historias, lleno de recuerdos y de esperanzas también, esperanzas de
encontrar un espacio libre de violencia.
No se trata solo de cifras, son historias, son personas. Somos todos.
Hablar de estos
temas resulta complicado, jamás me reúno en un bar o un café para ver de qué
forma podemos hacer algo que contribuya a concientizar, a hacer algo por las
víctimas o a armar algún plan de mejora de la situación; ¿por qué? Porque nadie
quiere hablar de algo que incomoda, de algo que nos pone tristes, enojados o
reflexivos.
He escuchado a
gente que dice que hay que dejar un mejor lugar para nuestros hijos, pero no
sabe cómo. A diario leo “Cómo ser feliz siguiendo estas recomendaciones” y para
nada les culpo, todos anhelamos la felicidad. Pero ponernos una venda en los
ojos o crear una burbuja feliz, no nos hace menos propensos a pasar por alguna
situación de violencia. Y si no somos capaces de mirar al otro, ser empático o
poner sobre la mesa estas situaciones, nos será más difícil hacer algo.
Psic. Shadid Pech Dorantes
Psicóloga clínica y Psicoterapeuta
9999-18-04-62
Trascender. Centro de Atención Psicológica.
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