Una de las cosas que considero más peculiares de mí misma es que tengo una fascinación casi morbosa por descifrar con detalle cómo las personas que me rodean viven sus emociones en el día a día, qué las hace sentir tristes, enojadas, ansiosas, frustradas, eufóricas o apasionadas; pues ver las emociones fluir a través de la gente para mí es como contemplar una obra de arte en pleno proceso de creación. La emoción que más me gusta contemplar en la gente es la tristeza, que usualmente es catalogada como una emoción "negativa" (culpo en gran parte a la ciencia psicológica por esta conceptualización) ya que mucha de nuestra socialización como personas nos ha autoimpuesto una dificultad para lidiar con la tristeza propia y la de otras personas. Me llama mucho la atención como el primer impulso que tenemos cuando detectamos la tristeza en alguien más es intentar coartarla o reprimirla, con las mejores intenciones, construimos una represa que no permite que la melancolía continúe su cause natural. Es así como, mientras fuimos creciendo, fuimos aprendiendo a llorar quedito, en silencio, para que nadie note nuestro dolor.
Esta situación de "analfabetismo emocional" es altamente preocupante en el sentido de que lo que no se nombra, no existe y lo que no existe, no puede ser colectivizado. Uno de los principales mitos sobre la Conducta Suicida es que si se inicia la conversación sobre la temática, las y los jóvenes serán incitados a tener pensamientos suicidas y orillados a cometer suicidio en algún punto de su existencia. La falsedad de estos argumentos radica en que una de las principales acciones que ayudan a lidiar con pensamientos y sentimientos abrumadores, es precisamente colectivizarlos para compartir la carga con otras personas y percatarte de que no te encuentras solo en tu dolor o en tu desesperanza.
Como psicoterapeuta he tenido que lidiar muchas veces con la tristeza de la persona que se presenta frente a mí en el consultorio, mostrándose totalmente vulnerable al compartir situaciones de su vida que le lastiman (o le han lastimado en algún punto) y reviviéndolas cada vez que cuenta la misma historia a diferentes personas. No quisiera romantizar la idea de acompañar a alguien que atraviesa por una tristeza tan profunda que se convierte en experiencia depresiva, pues es una labor bastante cansada que requiere de mucha introspección, mucha sensibilidad y mucho contacto con la tristeza propia, lo que hace este tipo de trabajo particularmente cansado pero paradójicamente hermoso. A través de la tristeza profunda que mis clientes traen a consulta me he podido percatar de las grandes ganas que tienen de vivir la vida como si fuera su último día y la sensibilidad que la tristeza les permite tener hacia el sufrimiento de los demás, son personas empáticas que tienden a cuidar de los demás aunque no siempre sepan cómo cuidarse a sí mismos y que poco a poco han dejado de luchar con las sombras que a veces se presentan en días soleados y han utilizado esas mismas sombras para proteger del ardiente sol a otras personas de sus entornos cercanos.
Otra de las emociones que me resulta sumamente interesante es el enojo. Durante gran parte de mi existencia, esta emoción tuvo un papel estelar en mi vida y, mientras más me disponía a combatirla, más se arraigaba a mi personalidad como una de esas yerbas en el jardín que parecen inofensivas a primera vista pero que si no desyerbas de tanto en tanto, pueden terminar abarcando hasta la casa de tus vecinos. Fue hasta que me percaté que mi enojo enmascaraba mucha tristeza contenida y me dispuse a trabajar en dejarlo fluir, escuchar lo que tenía que decirme y utilizarlo a mi favor, que aquel monstruo que parecía apoderarse de mí cada vez que enojaba, poco a poco fue perdiendo su fuerza y su sentido en mis interacciones sociales.
A pesar de que el enojo aún es catalogado por muchas personas como una emoción "incómoda", creo que "generar incomodidad" es una de sus principales funciones adaptativas. Hemos aprendido que lo socialmente aceptable es reprimir este enojo, en lugar de encontrar formas mucho más funcionales y orgánicas para descargar esa energía contenida en nuestro self. Algo curioso que sucede con el enojo es que, como con todas las demás emociones, es necesario que nuestro interlocutor haga "algo" que detone reacciones que se asocian a "estar enojado". Es por esta razón que podemos decir que las emociones se dan en relación con el otro, no son únicamente intrínsecas y están inextricablemente relacionadas con el contexto social, político, histórico y cultural que vivimos.
La finalidad de esta entrada es una invitación a cuestionarnos todo aquello que nos han enseñado que esta bien o mal sentir. En una sociedad donde todo es tan rápido y la modernidad nos ha convertido en islas aisladas y desiertas, gestos cotidianos pero a la vez escasos: abrazar, acariciar, sostener la mirada, devolver la sonrisa, tomar de la mano... dar muestras de cariño y amor a manos llenas en una sociedad que te anestesia para no sentir, es revolucionario.
MPAE. Carmita Díaz López
Psicóloga escolar y psicoterapeuta
9993353681
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